Lo breve y lo eterno

 

LO BREVE Y LO ETERNO

Me gustaría reflexionar ahora sobre unas experiencias y unos conceptos de los que también se discutirá que no forman una dualidad, pero que, no obstante, como en las anteriores, no se podría analizar un elemento sin tener en cuenta al otro. Aquí se ve claro que en esencia son lo mismo, pues es sólo una variación de un elemento externo lo que los afecta y los diferencia y los puede llegar a situar en los extremos de esta dualidad. Me gustaría hablar del tiempo como elemento modulador, y de lo eterno y lo efímero de las cosas, como la dualidad misma.

Sin duda el tiempo como concepto es algo poliédrico, puede tener muchos lados, muchos sentidos, muchas posibles maneras de examinarlo, pero, ¿Cuál sería el mejor, el más amplio y verdadero concepto de tiempo? Quizás lo más acertado, como siempre, sería hablar del tiempo como nosotros lo experimentamos en el Ser, como lo captamos primero internamente.

Lo primero que tendríamos que preguntarnos sobre el tiempo es ¿cómo nos damos cuenta? ¿Por qué? ¿Con qué órgano o capacidad del Ser percibimos el tiempo? Es evidente que si no tuviéramos la capacidad de recordar tampoco podríamos tener conciencia del tiempo. Nuestra memoria, nuestra capacidad de almacenar experiencias y luego poder recuperarlas, es lo que nos hace darnos cuenta que ahí hay algo que une y enlaza todas ellas. Miramos hacia atrás, recordamos, y lo que vemos es un orden, un acontecimiento detrás de otro, un discurrir de las cosas con una determinada secuencia y es a esa dimensión en la que discurren las cosas lo que llamamos tiempo.

Luego, a partir de ahí, podemos medirlo, calcularlo, prevenirlo, anticiparlo en cierta medida. Podemos incluso extender el tiempo hacia atrás de nuestra propia existencia, y podemos imaginar el tiempo que vendrá después de ella. Creamos el concepto del tiempo, que es el que usamos en la vida diaria, pero a partir de una experiencia que es nuestra capacidad para recordar. Imaginad que no tuviéramos esa capacidad, ¿cómo podríamos saber del tiempo? Viviríamos en un permanente ahora, un presente eterno. La muerte no sería lo mismo con tiempo que sin él. La muerte no sería muerte, para el que vive, si no existieran los recuerdos.

El tiempo, pues, es lo que diferencia lo breve de lo eterno. Porque recordamos llegamos a saber que las cosas pueden ser más o menos breves, o podrían durar más o mucho más y llegar a ser eternas. Pero si nos fijamos todavía mejor en nosotros mismos, sacando ya el microscopio de nuestra introspección para ver con el mayor detalle posible, nos daremos cuenta que lo eterno no podría entrar nunca en la experiencia más directa y personal de nuestros sentidos físicos. En esencia, lo eterno debería ser sólo una deducción del Ser, una extrapolación hacia el infinito. Pero nosotros, que somos por propia naturaleza efímeros y perecederos, ¿qué podríamos nosotros saber de la eternidad? En principio parece que no tendríamos ninguna posibilidad de concebir siquiera lo eterno. ¿Pero cómo es, entonces, que hemos creado el concepto de eternidad? ¿De dónde viene? ¿Con qué capacidad nuestra hemos llegado a la conclusión de que lo eterno existe y está en todo?

Aquí habría que retomar lo dicho con anterioridad sobre el Universo hecho de Materia y Energía, cuando afirmábamos que allí nada podría desaparecer porque si así fuera, ¿a dónde iría? Si el conjunto Materia-Energía no puede desaparecer, ello quiere decir que ha estado ahí por siempre, y que siempre lo estará. Nos encontramos de sopetón con la eternidad. Pero nosotros mismos somos una emanación de ese conjunto Materia-Energía; provenimos por tanto de un continuo eterno, y volveremos a él. Pero si venimos de lo eterno y volveremos a él, por fuerza debemos tener algún lazo, alguna conexión, alguna sustancia de lo eterno en nuestro Ser. Todos nosotros, podríamos concluir, somos eternos, llevamos la eternidad con nosotros mismos, puesto que estamos hechos de una sustancia que es eterna e imperecedera, la misma Materia-Energía que nos ha proyectado. ¿Cómo podría sorprendernos, pues, que el Ser perciba esa eternidad en sí mismo y en todo lo que le rodea?

Nos encontramos así con otra gran contradicción del conocimiento humano. La percepción innata a la vez tanto de lo efímero como de lo eterno de las cosas, simultánea y yuxtapuesta. Sabemos que venimos de la eternidad, que estamos hechos de lo eterno, pero también sabemos que somos breves y efímeros, que nuestro Ser como unidad mayor, como edificio hecho de ladrillos celulares, se descompondrá, se deshará y se diluirá como azucarillo en el café hasta que no quede nada reconocible de aquella unidad mayor. “Polvo eres y en polvo te convertirás”, se dijo. Polvo eterno, sin duda.

Hay una cuestión crucial que la Humanidad se plantea a sí misma en relación con estos interrogantes. Llevamos siglos y milenios enfrentándonos a ella. Todavía no está resuelta de forma clara por nadie. ¿Podremos evitar acabar convertidos en polvo otra vez? ¿Puede llegar a ser eterna nuestra conciencia individual? ¿O tendremos que conformarnos con ver la eternidad sólo por un ratito, valga la paradoja, y luego desaparecer? 

Recuerdo que don Juan Matus le decía a su aprendiz Carlos Castaneda: “No tienes tiempo y sin embargo te rodea toda la eternidad, ¡qué paradoja para tu mente!”. Una paradoja insufrible.

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