AMBIENTE

 

EL MEDIO AMBIENTE

 

Buenos días, señor Brandon, ¿alguna novedad?

En absoluto, Jana, todo va según lo previsto.

Su hijo ha llamado. Vendrá a visitarle el fin de semana.

¿Frank?, ah, bien, de acuerdo.

Su andar era ágil y rápido, inquieto, con un porte que en nada dejaba traslucir lo que estaba ocurriendo en su interior. Caminaba erguido, el cuello estirado y la cabeza echada ligeramente hacia atrás, los brazos pegados a su cuerpo, la mirada al frente y los ojos bien abiertos. Tenía cáncer y él lo sabía, pero hacía como que eso no era verdad y, aunque ya estaba jubilado de su antiguo trabajo de profesor, quería seguir viviendo como siempre había vivido.

Jana Hamilton, la mujer que atendía la casa, también lo sabía y preguntaba sólo por intentar sondear lo más profundo del alma del señor Brandon, en busca de algún cambio. Era ya una rutina de tiempo atrás, pero hasta la fecha Michael Brandon no daba muestras de ninguna debilidad, ni física ni psicológica, y ella misma dudaba de la fiabilidad de aquel diagnóstico tan duro que un día le endosaron. “A lo mejor se equivocaron”, pensaba, porque, aunque todavía no fueran muchos los estragos físicos de la enfermedad, los psicológicos ya deberían haber hecho acto de presencia. El diagnóstico fue claro y contundente: cáncer de páncreas, el más mortífero y el más incurable de todos los cánceres, sin esperanza alguna. Cuestión de meses. Pero Michael Brandon seguía como si nada.

Su hijo Frank llegó por la tarde a casa. Quería saber cómo se encontraba y si podía ayudar en algo.

─No te preocupes, hijo, estoy bien.

─¿De verdad? ¿Vas a poder con todo esto tú solo?

─Claro que sí, hombre. ¿No ves que no tengo nada que perder?

Frank abrió un poco más los ojos. Nunca había comprendido demasiado bien a su padre, aunque entendía todo lo que le quería decir, pero lo que no comprendía era de donde le venía su pensamiento, tan distinto de todo lo que podía conocer. A veces era un pozo insondable para él, extraño y sin embargo también amado. Pero cuando decía que no tenía nada que perder, Frank se rebelaba porque sabía que su padre se encontraba ante las puertas de la muerte. “¡Pues claro que tenía todo que perder!”, pensaba Frank. La vida lo era todo. Luego pensaba que tal vez su padre lo decía en un sentido más profundo que él no era capaz de experimentar y comprender de la misma forma. Parecía de otra dimensión, algo metafísico, externo al mundo en que vivían, donde no podía seguirlo hasta el final. Solo podía esperar y limitarse a sonreír cuando lo viera volver. Después lo negaría todo, sin saber que eso era precisamente lo que hacía su incomprensible padre.

─Bueno, hijo, te quedas a cenar, ¿verdad?

─Sí, claro, y me quedaré todo el tiempo que te guste tenerme aquí.

─Estupendo, después tomaremos una copa y hablaremos sobre el medio ambiente. ¿Te apetece?

─¿Medio ambiente?─, preguntó Frank extrañado.

─Sí, bueno, para que no te preocupes─, contestó Michael.

Pasar el fin de semana con su padre, enfermo o no de cáncer, había sido siempre como salir del mundo real y ajetreado de su vida diaria para adentrarse en el mundo etéreo y de ensoñación de su padre, donde las cosas ya no eran lo que siempre habían sido y los significados se difuminaban o podían cambiar con suma facilidad. Su padre era capaz de hacerle esto muchas veces para su desesperación, de manera que a menudo solía esperar con ansia la noche del domingo para salir raudo hacia su coche en busca de su ocupado mundo de abogado, donde las cosas volvían a ser lo que parecían.

Había dicho que hablarían sobre el medio ambiente, recordaba Frank. “¿Y qué hay que hablar sobre eso?”

Verás, Frank─, dijo su padre con una copa de brandy en la mano, ya en la sobremesa y sentados cómodamente en el porche ante una mesita. El crepúsculo llegaba a su fin oscureciéndolo todo y a lo lejos las montañas se difuminaban y confundían con la noche estrellada. Todo estaba en paz y en silencio. Ni siquiera el lago enfrente de ellos dejaba escapar el más mínimo rumor. Michael Brandon miró a su hijo fijamente buscando su atención completa. No había prisa ni ningún tipo de tensión.

─Te voy a dar una clave importante de la existencia. Ahora no te servirá, pero más adelante recurrirás a ella. Verás que puede ser un tesoro.

─No empieces, papá. Ya tengo montones de claves tuyas. De verdad que no necesito ninguna más. Sólo quiero que estés bien.

─Estoy bien, hijo, de eso quiero hablarte. ¿No has notado que estoy “demasiado bien” para tener cáncer de páncreas?

─¿No lo tienes?─, preguntó Frank asombrado.

─Naturalmente que sí, y mi cuerpo morirá pronto, sin duda, pero yo no.

─¿Ya estamos otra vez, papá?

─Calla y escucha, por favor. Te voy a explicar cómo lo hago. Sólo escucha, aunque no me creas.

Frank se encogió de hombros resignado. Era verdad que su padre se encontraba “demasiado bien” para tener diagnosticado cáncer de páncreas, pero eso era solo cuestión de tiempo. No quedaba mucho para que el deterioro fuera ostensiblemente visible y no comprendía la insistencia de su padre en negar lo obvio en lugar de prepararse para ello.

─La clave está en el medio ambiente que nos rodea, que no es lo que crees, sino solo omnipresente energía sempiterna. No somos sólidos. Nada es sólido en este mundo. Solo somos vibraciones rodeados de vibraciones, nada más, que se ven eternas extendiéndose por el infinito. Pura energía por doquier. Nada muere del todo en realidad, porque nada vive del todo. La vida es sólo un préstamo que luego se devuelve, de la energía y a la energía. La individualidad es solo una ilusión, un ensayo, un experimento sin consecuencias. Tú y yo y todo lo que vemos somos aglomeraciones temporales de energía. Mi cuerpo muere y será abandonado como un desecho cualquiera, pero el núcleo de la energía que soy, que he sido y que seré, puede permanecer. El medio ambiente, si lo reducimos a su esencia principal, su verdadero principio activo, es la pura energía que somos y nos rodea, y es indestructible y eterno. Cambia, se transforma, se vuelve acogedora o dañina para la vida humana, pero siempre está ahí. Síguela, engancha tu conciencia al verdadero medio ambiente que te rodea, esa pura energía omnipresente, y tu cuerpo podrá decaer y desaparecer, pero la semilla de tu conciencia podrá sobrevivir. Es difícil, lo sé. Requiere un cambio constitucional de la conciencia, pero es posible. El dolor, el cuerpo, la muerte, pueden volverse reales, pero en su origen son solo pensamientos. Lo único de verdad real es la energía y el don que tenemos de ser conscientes de ella. Nosotros, a fin de cuentas, somos solo nuestra conciencia. Esa es la clave, hijo mío. Guárdala como un tesoro. Ahora déjame que vaya a dormir un rato.

Michael se levantó casi de un solo movimiento. Frank lo miraba preguntándose de dónde habría sacado su padre esas ideas. Cuando el cáncer acabara con su vida, que sin duda sucederá para consternación de todos, dónde estaría la conciencia de su padre y qué vida sería esa. “¡No, es imposible!”, se rebelaba. Desgraciadamente su padre estaba equivocado, probablemente feliz, pero equivocado. El medio ambiente, su dios, habría acabado con él y con su conciencia, ambos desechos abandonados a su suerte. El cáncer, precisamente su enfermedad mortal, era la expresión más contundente de cómo el medio ambiente podía diluir la energía y convertirla en nada. Su padre desaparecería para siempre, y aunque ciertamente habría vivido toda su vida como un experimento, tal vez un simple ensayo, sin duda que esa vida había tenido consecuencias. Allí estaba él, su hijo Frank, como prueba indubitable de que tal vez el medio ambiente no se crea ni se destruye y solo se transforma, pero en lo que se refiere a la vida y la conciencia, sí se crean unas y se destruyen otras.

 

 

Un año después, Frank volvió a la casa familiar. Como tan duramente había sido pronosticado por los médicos, su padre ya no estaba, vencido al fin por el cáncer. La casa parecía otra, cerrada, vacía y sin alma. Ni siquiera Jana había vuelto después del doloroso suceso. Frank quería vender la propiedad y para ello estaba citado con una persona de la agencia inmobiliaria.

─Buenos días, señor Brandon. ¿Ha tenido buen viaje?

─Sí, muchas gracias, señorita Jarred. ¿Pudo recibir los documentos? ¿Está todo bien?

─Todo perfecto. Sólo faltan algunas fotografías y enseguida la pondremos a la venta. No tardaremos mucho.

Ann Jarred y Frank Brandon recorrieron lentamente el jardín exterior y las dependencias de la casa. Ann tomaba de vez en cuando fotografías sin apenas hablar entre ellos, hasta que llegaron a lo que había sido el dormitorio de Michael Brandon, padre de Frank. Era una estancia imponente con muebles oscuros, cama con dosel y una pequeña biblioteca con mesa escritorio en uno de los laterales, donde se suponía que Michael estuvo trabajando hasta sus últimos días escribiendo algo parecido a sus memorias. Ann se quedó impresionada por el ambiente vetusto y señorial que emanaba de aquel dormitorio. Todo estaba como lo había dejado Jana después de arreglarlo por última vez, cuando ya Michael Brandon dejó este mundo y sus cenizas fueron esparcidas en el centro del lago. Parecía incluso que el polvo había respetado milagrosamente la estancia porque todo continuaba viéndose brillante e impoluto. Ann preguntó:

─¿De verdad no le interesa quedarse estos muebles? Se ven muy valiosos.

─No, que va. No sabría qué hacer con ellos. Mi padre hubiera querido que viniera a vivir aquí, pero eso es imposible. Quiero venderlo todo, todo lo que se ve.

─¿Incluso esto?─, preguntó la agente de la inmobiliaria, y señaló un manuscrito pulcramente colocado encima de la alfombrilla de cuero del escritorio.

Frank se acercó al escritorio y tomó el manuscrito en sus manos. Lo abrió y lo ojeó en silencio. Era ciertamente un manuscrito de su padre lleno de textos y números, donde fácilmente podía reconocer su caligrafía aguda y casi perfecta. Guardó el manuscrito en el interior de su chaqueta pensando examinarlo después con mayor atención.

No, claro que no. Esto es muy personal. Me refiero a muebles y objetos impersonales.

─Sí, por supuesto─, asintió Ann comprensiva y siguió tomando fotos de todo. Cuando terminaron de recorrer la casa, le ofreció a Frank el contrato de sus servicios que ambos leyeron y firmaron. Ann se despidió después con la promesa de volver a contactar enseguida que apareciera algún comprador, “que no tardará mucho, ya lo verá”, aseguró, y se marchó dejando a Frank solo en la casa vacía.

Sintiéndose momentáneamente confuso sobre qué hacer a continuación, Frank dirigió sus pasos como un autómata hacia el dormitorio de su padre. Sentía sobre su pecho el manuscrito guardado en su chaqueta y quería volver al escritorio para sentarse en la butaca de su padre y leerlo. Algo había visto fugazmente mientras lo ojeaba que lo perturbó gravemente, haciéndole recordar la conversación que tuvieron sobre el medio ambiente. Su padre parecía describir en su manuscrito su conversación con Ann Jarred, la agente inmobiliaria, y eso era de todo punto imposible. Quería volver a corroborarlo.

Se sentó en la butaca de su padre y tomó de nuevo el manuscrito. Lo abrió al azar por una página, luego por otra y por otra. Había páginas en blanco sin ningún contenido, otras tenían cifras escritas para las que no encontraba significado alguno y en otras, la mayoría, podían verse textos breves manuscritos remarcados por líneas y flechas a color, como si fuesen recordatorios que pudieran tener alguna importancia ulterior. Frank no encontraba sentido en nada de aquello, pero estaba seguro de que un rato antes, cuando descubrió el manuscrito y lo ojeó brevemente, había visto en una de esas páginas el nombre de Ann Jarred, lo cual le pareció extraordinariamente llamativo.

Había sabido controlar sus emociones en presencia de la mujer, pero ahora que se encontraba solo, una inquieta curiosidad lo llevó a buscar con ansiedad aquella página misteriosa. Tras de un largo rato de pasar páginas dio por fin con una diferente a todas las demás, con un texto más largo que a todas luces le pareció imposible por su contenido. Era una breve misiva que su padre le escribía a él mismo, su hijo Frank, pero que hacía mención a eventos que su padre no podía conocer de antemano, puesto que ocurrieron meses después de que él hubiera fallecido. Ni siquiera él mismo supo, hasta que recibió la cita, el nombre de la mujer que una agencia inmobiliaria elegida al azar por su despacho de abogados, le enviaba para encargarse de la venta de la casa. ¿Cómo podía saberlo su padre?

Leyó con avidez aquella misiva que su padre le dejaba, aparentemente, desde más allá de la muerte:

Querido Frank:

Si estás leyendo esto es porque nuestra querida Jana ha seguido fielmente mis instrucciones y te ha dejado este manuscrito en mi escritorio para que Ann Jarred te llamara la atención sobre él y pudieras leerlo. Consérvalo bien porque ya verás que es un tesoro mayor que todas las riquezas del mundo. Ahora no lo comprendes, seguro, pero yo estaré a tu lado para explicarte paso a paso todo lo que necesites.

Recordarás que tuvimos una conversación sobre el medio ambiente. Hubo algo que no te dije entonces porque esperaba que lo descubrieras por ti mismo. Ya he visto que no ha sido así, pero no importa. Nuestra conciencia no sólo puede sobrevivir a nuestra muerte física, sino que también es la protagonista principal en la creación del mundo. Es la conciencia la que originalmente crea la realidad, las situaciones, los escenarios, todas las leyes del mundo, y eso tiene un efecto acumulativo sobre el medio ambiente. No me preguntes cómo lo hace porque no lo sé. Pero es un hecho cierto que la conciencia tiene un poder divino sobre la creación sorprendentemente milagroso e indescriptible, mágico, diría yo. Puede manejar la energía, y por tanto la materia, de mil formas increíbles, aunque ya irás viendo que existen reglas y algunos límites. Pero piensa en esto: “La energía crea la conciencia y la conciencia crea el mundo”. Este manuscrito te guiará hacia las profundidades de ese conocimiento.

Ten paciencia y lo conseguirás.

Te quiere, tu padre

 

Frank volvió a quedar ensimismado y atrapado en el mundo lleno de ensoñaciones de su padre. Pareció hundirse en la butaca hasta desaparecer, de nuevo anonadado ante sus grandilocuentes revelaciones. Sin embargo, aparte del hecho increíble de que hiciera mención a Ann Jarred sin posibilidad clara de que la hubiera conocido de antemano, no dudaba de que algún truco debía haber en todo aquello, posiblemente con la complicidad de su antigua asistenta Jana. Volvió a encogerse de hombros resignado. Su mente era demasiado simple para todo aquello y sufría mucho con estas complicaciones.

Guardó nuevamente el manuscrito en un bolsillo de su chaqueta y salió de la casa. Pronto sería vendida y ya no quedaría ningún otro vestigio de su padre, salvo, quizás, este mismo manuscrito con el que la conciencia de su padre, supuestamente, podría guiarlo a través de un difuso medio ambiente en busca de una extraña y más que incierta inmortalidad.

 

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