EL LOCO Y EL BORRACHO

 

Estas fueron impresiones de un espectador televisivo sobre una entrevista que Jesús Quintero, El Loco de la Colina, realizó a Silvio, famoso rockero sevillano, en el programa Ratones Coloraos, en Canal Sur.

EL LOCO Y EL BORRACHO

Ambos estaban sentados ante una mesa, uno enfrente del otro, con sendas copas de algún licor bailándoles en las manos. El Borracho además sostenía en la otra un cigarrillo al cual daba de vez en cuando profundas caladas, cerrando incluso los ojos, para mejor sentir el placer de la nicotina esparcirse por su cuerpo. Apenas una débil luz amarillenta iluminaba el plató televisivo, la suficiente, sin embargo, para advertir los brillos maliciosos de los ojos, las cómplices sonrisas que cruzaban el aire, los fugaces rictus de amargura o dolor que acompañaban alguna frase, o la contención mental que en otros momentos se suponía. Era un programa de entrevistas donde lo que primaban eran los primeros planos exagerados, los gestos íntimos y casi imperceptibles, los lenguajes del silencio y las miradas, aún más que las ligeras y a veces superficiales palabras que se pronunciaban.

-¿Te consideras ganador o perdedor?-, preguntó El Loco inclinándose un poco  hacia el Borracho, mirándole fijamente a los ojos y alzando sus cejas interrogantes. Mostraba una amplia sonrisa con sus labios completamente cerrados, aunque sus ojos miraban inquisitivos y fríos a su interlocutor. Parecía importarle poco lo que el Borracho respondiera; lo único que parecía interesarle era poder llevarlo hasta el fondo de su alma con aquella pregunta y que su rostro, más que sus palabras, hablara de la negrura que hubiera en aquella, o de su belleza etérea, o de la confusión o el vacío que pudieran emerger ante tal dilema planteado sorpresivamente, después de un silencio que había estado haciéndose casi eterno.

El Borracho apenas pareció inmutarse. Sólo un ligero estremecimiento levemente perceptible lo hizo cambiar de postura y entrecerrar aún más sus ojillos, aparentemente para protegerse del humo del tabaco que bañaba su rostro. Con aquellos ojos pequeños y escondidos, apenas visibles sobre las grandes bolsas de vicio y abandono que le colgaban hasta los pómulos, miró durante unos instantes al Loco de la misma manera inquisitiva y fría que éste lo estaba mirando. Quería saber qué sentía él antes de responder, no porque importara mucho, sino por pura curiosidad impersonal, la misma curiosidad rebelde que le llevaba a veces a explorar mundos prohibidos y peligrosos. Pero se dio cuenta que el Loco estaba bien entrenado y el control que ejercía sobre sí parecía cerrarle toda posibilidad de penetrar sus sentimientos. Sus miradas frías y sus sonrisas amables y cercanas se mantuvieron firmes como barreras infranqueables durante unos instantes que amenazaban prolongarse más allá de lo convencional. Finalmente, el Borracho creyó sentir que le llegaba de El Loco un indefinible efluvio de pasión y temor lastimero tan tenue, y sin embargo tan agudo, que acabó concluyendo que el Loco le admiraba y compadecía a la vez. Mientras daba otra profunda calada al cigarrillo dejando que esos sentimientos se asentaran en su cuerpo, descubrió de improviso que también sentía admiración y compasión por sí mismo, y se sintió tan a gusto con esa sensación que alguna lucecita en su conciencia le hizo saber, repentinamente,  en ese preciso instante, cuál había sido todas las veces el mayor triunfo del Loco en  sus confrontaciones televisivas: que siempre reflejaba al otro, fuere éste cual fuese. Muchos entrevistados no se daban cuenta de esa cualidad del Loco, y se abrían inocentes y encantados ante el reflejo de sí que de pronto descubrían y el entrevistador les mostraba como en un espejo, olvidando casi enseguida que estaban ante las cámaras y ante un público inmenso y desconocido. Pero el Borracho no cayó en la trampa y decidió seguir siendo fiel a su propia imagen cultivada durante años, no importando realmente la pregunta planteada ni el abismo al que se le quería arrojar con ella.

-¡Ganador, por supuesto!-, exclamó al fin y ensayó su sonrisa más abierta amagando incluso un pequeño intento de carcajada. El Loco mantenía su mirada fría y su gesto risueño de labios apretados y extendidos hacia las mejillas, esperando todavía algo más, no satisfecho del todo con aquella respuesta convencional ni con aquellos ojos pequeños e inexpresivos que El Borracho únicamente le ofrecía. Nuevamente reinó un silencio tenso en el plató que presagiaba extenderse hasta el infinito, hasta que El Borracho obligó al otro a definirse.

-¿O no?-, preguntó, sabiendo ya de antemano la respuesta y preparándose para la expresión de júbilo que seguiría a su pregunta.

-¡Por supuesto que sí!-, cedió finalmente El Loco, acompañándole en el jubileo y alargando su mano para estrechar efusivamente la del Borracho.

Y todo quedó así de momento.