FUEGO DE MEDIANOCHE


 

La primera vez que David Tumbrella se sintió de veras al borde mismo de la muerte fue aquella noche que decidió calentar un poco de leche en el fuego de la cocina y tuvo que atender a la puerta donde llamaban con una insistencia tan insoportable como impertinente. 

Sabía quiénes podían ser, sus ruidosos amigos que lo buscaban para irse de fiesta, y acudió a abrir solo para decirles que esperaran un poco. En ese momento aún no había olvidado que dejó la leche en el fuego, pero cuando abrió la puerta y vio a quien se encontraba en el dintel, se quedó estupefacto y olvidó de inmediato que la leche podía empezar a hervir y rebasar los límites del recipiente. Su mente se había quedado en blanco de repente mientras empezaba a consumarse la tragedia. 


David estuvo un tiempo paralizado ante la puerta donde se encontraba su ex novia parada enfrente de él luciendo una radiante sonrisa, ojos brillantes y un vestido precioso de minifalda y lentejuelas azules y doradas. La encontró tan hermosa que no pudo darse cuenta de que su boca se había abierto involuntariamente mientras la observaba. La leche, mientras tanto, había empezado a hervir, rebosó rápidamente, y en un instante se esparció sobre la superficie blanca esmaltada del mueble cocina. Para su desgracia, el fuego del quemador se apagó, pero el gas continuó saliendo silenciosamente inundando toda la estancia. Era medianoche de un frío día de diciembre y el crudo invierno no invitaba a dejar ninguna ventana abierta a esas horas de la noche.

─¿Qué haces aquí? ─preguntó finalmente David a su ex novia Susan, la hermosa mujer que lo había abandonado un aciago día de triste recuerdo cuando le dijo con desparpajo que ya estaba un poco harta de él y quería probar otras cosas.

Susan miró a su ex sin contestar y volvió a ensayar su mejor sonrisa, esperando que aquel arrobamiento fugaz que detectó en los ojos de David lo hubieran hecho olvidar el escarnio que le hizo padecer tiempo atrás. Sin dejar que disminuyera la sorpresa del encuentro, preguntó a su vez:
─¿Me acompañas al Fin del Mundo? Hay música y baile a esta hora, y te echo de menos.

David recordaba el bar llamado el Fin del Mundo, pero lo que nunca pudo imaginar en aquel momento fue que Susan lo invitara a bailar precisamente allí, donde habían vivido tan hermosos recuerdos, ni tampoco que el nombre de ese bar resultara tan terriblemente premonitorio de lo que estaba a punto de ocurrir.

El gas, esparciéndose por la cocina e invadiendo todo el resto del pequeño apartamento, explotó finalmente en una espantosa deflagración cuando David, que deseaba ver mejor a su dulce y añorada amada, encendió la luz del recibidor completamente enajenado de la leche consumida que había dejado al fuego, y provocando de esta manera la chispa necesaria para que algo muy parecido al fin del mundo se desatara fatalmente en aquel preciso momento. 

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