EL INTERESANTE
Todas las mañanas aparecía como salido de la nada entre la multitud de estudiantes que entraban y salían de la enorme sala de la biblioteca. Era casi imposible no reparar en él. Yo lo observaba en la distancia, enfrascada casi siempre entre los libros con los que preparaba mi doctorado. Pero me resultaba imposible sustraerme al encanto de su peculiar figura. De incierta edad, quizá rondando los cuarenta, alto, guapo, varonil, cabello castaño, vestido con pantalón vaquero, suéter beige, mocasines blancos, indiferente a las miradas ajenas…, no parecía un estudiante, aunque su soltura en el manejo de los libros quizás sugiriera que fuera un profesor o tal vez alguien inmerso en una inextricable investigación. Cada mañana, invariablemente, lo veía de pronto buscando algún libro entre los anaqueles, mirando atentamente los títulos y eligiendo finalmente uno que sacaba de su estante y lo abría con minuciosa curiosidad. Sin duda parecía que estaba buscando algo. Muchos de los libros volvían pronto a sus estantes, pero siempre, cada día, un libro resultaba elegido tras ojear sus páginas, lo cerraba contra su pecho y alzaba entonces la cabeza para buscar un sitio donde sentarse a leerlo. Era en ese momento cuando a veces nuestras miradas se cruzaban; la de él siempre ausente y perdida, y la mía, en cambio, seguramente alterada porque mi corazón se aceleraba y sentía un calor subir a mis mejillas cada vez que me encontraba con su bello rostro, misteriosamente raro, del cual seguro que podría enamorarme perdidamente en cualquier momento.
El hombre, a quien terminé llamando en mis pensamientos como El Interesante, se sentaba casi siempre ante alguna de las grandes mesas adyacentes a la mía y rápidamente se ensimismaba en su lectura. Yo volvía a mi trabajo como doctoranda, levantando de vez en cuando la vista solo para cerciorarme de que aún seguía ahí. Luego, aproximadamente una o dos horas después, El Interesante se levantaba, volvía el libro a su sitio en el anaquel y caminaba con paso firme hacia la salida. En todo el tiempo no había mediado palabra con nadie, pero yo estaba decidida a entablar algún tipo de contacto con él y averiguar cosas de su vida y de sus trajines en la biblioteca. Un día, antes de verlo aparecer, decidí que intentaría seguirlo a la salida y para ello dejé todo preparado para poder salir disparada tras de él cuando llegara el momento. No faltó a la cita y a media mañana pude verlo como siempre buscando algún desconocido libro entre los anaqueles. Aquel día, la suerte decidió que encontrara un hueco en la misma mesa donde yo estaba, justo enfrente de mí. Tuve que apoyar mis manos firmemente sobre mi regazo para que no advirtiera el temblor que empezó a dominarme, aunque estaba segura de que él ni siquiera había reparado en mí. Así pasamos todo el tiempo, mientras El Interesante se sumergía en su lectura y yo fingía estar muy concentrada en mi trabajo de recopilación de datos para mi doctorado. Finalmente, El Interesante se levantó y hacía ademán de irse.
Yo levanté la vista, lo miré a los ojos y me atreví a preguntar:
-¿Se marcha usted ya?
El hombre se sorprendió con la pregunta y también me miró directamente a los ojos. Eran oscuros, pero no negros ni marrones; parecían grises, gris oscuro, pero a mí me parecieron bellísimos porque sonreían de manera encantadora. No me contestó. Solo hizo una rara mueca, me volvió la espalda y se fue.
En esas condiciones no podía seguirlo sin parecer cuando menos que lo estaba acosando. Me mordí los labios de frustración y seguí en mi sitio haciendo como que seguía trabajando durante un rato más.
Después de aquello, cuando El Interesante cumplía con su ritual diario de elegir un libro y buscar un sitio donde sentarse a leerlo, a veces, casualmente, nuestras miradas volvían a encontrarse. Yo tenía ensayada una mirada ausente y fría para la ocasión, de modo que procurara administrarle su propia medicina, pero la sonrisa que me dedicaba a partir de entonces me acabó desarmando e hizo que volviera el rubor a mis mejillas. Agachaba la vista con pudor. El Interesante fingía que me ignoraba y seguía su camino buscando algún asiento.
Todo aquello me agradaba mucho y daba emoción a mi vida, pero hacía que me resultara cada vez más difícil concentrarme en mis estudios de doctorado. Estaba poniendo en peligro el trabajo que ya venía realizando durante tanto tiempo y me veía abocada a tener que tomar una decisión. Tendría que cambiar de sala, tal vez de biblioteca, para no sentirme abrumada y embelesada a la vez por la presencia de El Interesante.
Durante unos días dejé de ir a la biblioteca. Mi director de tesis ya había notado que algo me pasaba cuando me interrogaba por mis progresos y yo le contestaba con evasivas.
-¿Te ocurre algo, Ma? ¿Te estás enamorando o algo así?
-No, claro que no, -contesté avergonzada. -Es solo que han aparecido nuevas variables en mi tesis y por ahora no consigo integrarlas en el sistema.
El doctor Funes, catedrático de Física en la Universidad, me miró fijamente en silencio. Llevaba ya dos años asistiéndome en la preparación de mi tesis, Entrelazamiento Cuántico en los Cuerpos Gemelos, con la cual pretendía argumentar, si no demostrar, que los cuerpos gemelos, con idéntico ADN, formaban un sistema único en el espacio donde se podía dar el entrelazamiento cuántico a nivel macroscópico, y con la que pretendía conseguir mi ansiado doctorado en Física. El entusiasmo del doctor Funes por asistirme en este proyecto, que inicialmente fue sugerencia suya, comenzó a decaer finalmente con el tiempo cuando comenzó a ver las grandes dificultades a las que nos enfrentábamos: falta de formación adecuada, imposibilidad práctica de demostración, equipamiento e instrumental inadecuado, etc. Lo que se pensó como un trabajo de Mecánica Cuántica sobre el entrelazamiento cuántico basado mayormente en las Matemáticas, corría el riesgo de derivar poco a poco en un trabajo simplemente especulativo sobre Filosofía Cuántica Macroscópica.
Pero, aun así, mantuvo su tutoría conmigo dado el entusiasmo visible con el que yo me uní al proyecto y la energía que en todo momento desplegaba. Ahora, sin embargo, notaba que mi ánimo parecía decaer y no acababa de creerse lo de las nuevas variables. Él sabía que yo, a mis veintiocho años, estaba expuesta a múltiples influencias y mi vulnerabilidad emocional podía dar al traste con todo el proyecto. Insistió:
-Pero vamos a ver, María del Mar, te entregué unos libros, te pedí unas conclusiones, y no has hecho casi nada en las últimas semanas. ¿Qué te pasa? ¿Es que no los has leído?
-Sí, claro que sí, don Julián. Bueno, no del todo todavía, pero le prometo que para la semana que viene los tendré acabados y le entregaré mis comentarios.
El doctor Funes no tenía tiempo para eso y me despidió hasta la semana que viene, pero yo sabía que su paciencia conmigo tenía que ver con que era amigo de mi padre y de no ser por eso ya habría delegado en otro profesor para asistirme en la tesis de mi doctorado.
Así que, compelida por leer aquellos libros en completa concentración, decidí quedarme en casa por unos días sin intentar ver a El Interesante, aunque, por supuesto, no lo había olvidado. Esperaba que él me echara de menos y siguiera yendo a la biblioteca con su rutina habitual de seleccionar algún libro y leerlo durante un rato. Lo extraño era que no los terminaba de leer y me preguntaba por qué. ¿Por qué leía solo algún capítulo y luego lo abandonaba y leía otro extracto de otro libro? No tenía sentido, pero si alguno tenía, yo estaba decidida a averiguarlo.
Una semana después, volví a la biblioteca. Ya había leído los libros recomendados por el doctor Funes que, a su vez, me habían llevado a seguir investigando otros libros. Es un hecho cierto en cualquier investigación que la lectura de un libro sugiere la lectura de un segundo, y éste de un tercero, y así sucesivamente, pero en el campo de la Física Cuántica ya no había mucho más donde elegir y estaba llegando a la conclusión de que los libros que ahora tenía en mis manos serían los últimos antes de redactar mi tesis y defenderla ante el tribunal.
Busqué un asiento estratégico cerca de mi lugar habitual para poder divisar a El Interesante cuando se presentara, y me dispuse a leer y tomar notas de los nuevos libros. Realmente estaba también absorbida por mi tesis, donde ya estaba a punto de llegar a conclusiones definitivas satisfactorias que podrían darme el doctorado. El doctor Funes también lo creía. No iba a ser un trabajo especialmente brillante, pero sí al menos notable, dada la dificultad de lo que se planteaba, y faltaba ya muy poco para culminarlo. La emoción y el nerviosismo se sentían aumentar por momentos.
Pero ese día El Interesante no se presentó. Pasada la hora habitual de su llegada no logré localizarlo a pesar de que me levantaba y alzaba la vista por entre las distintas grandes mesas. No estaba. Antes de salir paseé casualmente por otras salas más pequeñas de la biblioteca, pero ni rastro de El Interesante. Una sombra de decepción nubló mi corazón y me vi obligada a encogerme de hombros y decirme acongojada que ya estaba acostumbrada a cosas así. Al final siempre sucedía algo para que luego nunca cambiara nada. Tal vez debiera olvidarme ya de El Interesante. Después de todo, nunca había cruzado una palabra conmigo.
Pero cuando salía del recinto de la biblioteca me pareció ver algo que me hizo dar media vuelta y volver sobre mis pasos para cerciorarme mejor. Lo que vi me dejó perpleja: En un cartel de la Universidad de Sevilla, colocado a la entrada de la biblioteca, se anunciaba un seminario sobre Mecánica Cuántica en el que aparecía El Interesante, también llamado doctor Christian Slaugther, del Instituto Tecnológico de Massachussets, quien tenía programada una conferencia en el Aula Magna de la Facultad sobre el entrelazamiento cuántico y sus aplicaciones prácticas en el mundo real. ¡Qué fuerte! No me lo podía creer. Parecía imposible tanta casualidad. Había una pequeña foto en la que se le veía luciendo un impecable traje azul oscuro, una corbata también oscura y la misma sonrisa arrebatadora que había conquistado mi corazón. En una nota en letra pequeña al pie del cartel se advertía que el doctor Slaugther apenas sabía español y la conferencia se daría íntegramente en inglés, aunque se podrá contar con el texto traducido de la conferencia. A mí eso no me preocupaba y además quizás explicara alguna cosa, como aquella vez que no respondió a mi pregunta y solamente se limitara a esbozar una media sonrisa. Es lo que suelen hacer los extranjeros que no conocen bien el idioma. Pero yo no hubiera tenido dificultad en entenderle si me hubiera contestado en inglés porque dominaba ese idioma perfectamente, aunque, claro, eso él no lo sabía.
Aquello lo cambió todo. Ahora incluso había muchos más interrogantes sobre El Interesante. Por ejemplo, ¿qué leía en la biblioteca si apenas conocía bien el español? ¿Y cómo podría yo en estas condiciones contactar con él y tal vez iniciar algún tipo de relación? Por supuesto, ya había decidido que solicitaría invitación y no me perdería esa conferencia por nada del mundo.
Sorpresivamente para mí, el mundo cuántico siguió jugándome buenas pasadas cuando, a la mañana siguiente, recibí una llamada telefónica en la que alguien me preguntaba en inglés si yo era María del Mar Antúnez. No pude evitar sonreír por el esfuerzo empleado en pronunciar mi nombre en español con fuerte acento norteamericano, pero contesté de inmediato afirmativamente en inglés. Entonces el hombre me habló ya con más soltura y se presentó. Se llamaba Christian Slaugther y mi teléfono se lo había facilitado un amigo suyo llamado Julián Funes, catedrático de la Universidad, quien, al parecer, estaba dirigiendo mi tesis sobre el Entrelazamiento Cuántico en los Cuerpos Gemelos. El corazón me dio un vuelco. Solo pude musitar débilmente en inglés “Sí, así es”. Entonces El Interesante me pidió vernos porque teníamos que hablar de un asunto importante relacionado con mi tesis. Pensé que aquello era el colmo de lo que mi corazón podía soportar, pero tuve que asentir, “…por supuesto, naturalmente…”, susurraba en el mismo tono débil y tímido que la emoción me dejaba, y quedamos para vernos esa misma tarde en la recepción de su hotel.
Cuando colgó, suspiré profundamente y procuré evaluar sosegadamente lo que había pasado. No debía ser extraño que mi tutor, el doctor Funes, tuviera contactos con colegas extranjeros y tal vez se diera la bendita casualidad de que El Interesante fuera uno de ellos, otro doctor en Física, nada menos que del MIT, y que ambos hubieran hablado y el doctor Funes le hubiera expuesto el contenido de mi tesis y le pidiera citarme para asesorarme sobre ella. Todo eso está muy bien y podría darse simplemente como una cadena lógica de sucesos casuales. Lo que me parecía muy improbable era que El Interesante supiera que la doctoranda a la que se refería el doctor Funes fuese la misma chica que tantas veces había visto en la biblioteca y que le había dirigido algunas miradas significativas. Ese es el punto que quedaba por dilucidar, y lo más importante: ¿Qué pasará después de eso?
A las cinco en punto de la tarde, la hora convenida, entré en el hotel Colón y me dirigí a recepción para preguntar por el Sr. Slaugther. El recepcionista me señaló levemente uno de los sillones donde estaba tomando café El Interesante, observándome a distancia con una sonrisa de circunstancias. Obviamente no me esperaba a mí, sino a otra, pero qué podía hacer yo. Me dirigí hacia él, le saludé y me presenté, todo ello naturalmente en un correcto inglés. El Interesante se había levantado enseguida y estrechó mi mano. Dijo que estaba encantado de conocerme formalmente.
-Aunque parece que ya nos habíamos visto antes, ¿verdad?
-Sí, en la biblioteca, varias veces -respondí.
-Por cierto, ¿me permite preguntarle qué hacía allí si no domina nuestra lengua?
-Naturalmente que sí, se lo explicaré todo. Pero siéntese, por favor. ¿Quiere tomar algo?
No me apetecía tomar nada, pero pedí un té porque me ayudaría a relajar mi nerviosismo.
-Bueno, Ma -comenzó, y me llamó de la misma manera que mi tutor –es extraordinario lo que me ha contado Funes de usted, su fuerza, su inteligencia, su capacidad… Se le olvidó mencionar su belleza, lo cual me parece un descuido imperdonable. Discúlpeme. También me parece extraordinariamente fortuito que nos hayamos visto varias veces en la biblioteca y que sea usted la autora de un trabajo de investigación sobre el entrelazamiento cuántico en los cuerpos gemelos. Verá, esa es precisamente una parte importante de mi especialidad. Ya sabrá que daré una conferencia próximamente en su Universidad, y aprovechando esa amable invitación, vine con tiempo para aprender cosas de Sevilla y de su Facultad de Física. Me encanta esta ciudad, pero debe saber que en Estados Unidos lidero una investigación sobre el entrelazamiento cuántico enfocado en sus aplicaciones prácticas. ¿Qué le parece? ¿Quiere preguntarme algo?
El Interesante me pareció todavía más interesante oyéndole hablar en inglés. Estaba muy atractivo vestido de chaqueta sin corbata, gesticulaba delicadamente con las manos y su voz sonaba fluida y mesmerizante. Todo lo que estaba diciendo sonaba a música celestial en mis oídos, y mis ojos no podían dejar de observar su hermosa figura.
-No, por favor, siga hablando. No puede imaginarse lo impresionada que estoy de verle y escucharle. Desde la primera vez que lo vi en la biblioteca tuve mucha curiosidad por usted, quién era, qué hacía, por qué leía solo una parte de cada libro… Y ahora estamos aquí hablando de trabajo. Increíble. Siga, por favor.
El Interesante me miró y me dirigió una sonrisa cómplice a la que no tuve otra opción que responderle de la misma manera. Creí sentir un fuerte entrelazamiento mutuo, pero seguramente solo eran imaginaciones mías.
-En una de nuestras investigaciones hemos descubierto que determinados textos de algunos libros, sin aparente conexión entre sí, guardan una especie de sincronicidad numérica en los caracteres elegidos por sus autores, independientemente del idioma que se use. Suena algo absurdo, lo sé, pero luego le daré más detalles. –y continuó sin dejarme respirar.
-Ahora bien, vamos a lo que importa. Como ya le he dicho, estamos investigando el entrelazamiento cuántico a nivel macroscópico entre los seres humanos, cómo se produce, quién con quién, cómo se oculta, cómo se mantiene, en qué línea de tiempo, qué implicaciones tiene, cómo se podría manejar, etc. Todo lo que tenga que ver con las emociones humanas entrelazadas y sus efectos en la otra contraparte. Todo. Es algo imposible, pura ciencia ficción, pero apenas estamos comenzando.
Yo estaba suspensa, pero ya adivinaba lo que iba a venir.
-El catedrático Funes fue muy amable al permitirme leer su trabajo para poder ayudarle en su tesis. Así he podido saber que es usted la persona que necesitamos; específicamente soy yo el que necesitaré su trabajo. Me gustaría que cuando acabe su tesis y sea la doctora Antúnez, se viniera a Estados Unidos para trabajar con nosotros, directamente bajo mi supervisión. Naturalmente habrá que cumplimentar algunas formalidades, pero contará usted con alojamiento, toda la protección del MIT, y una generosa beca. ¿Qué me dice?
Yo seguía impactada por lo que oía. Quise decir algo, pero no me salía.
-Bueno, no esperaba… -empecé, pero sentí en mi cuerpo una emoción que me desbordaba la piel y dije algo inesperado.
-Por favor, Christian, necesitaría darle un abrazo.
-Claro que sí, Ma -me sonrió una vez más. -Ya hablaremos de su tesis más adelante -y se levantó y me ofreció sus brazos abiertos.
Yo también me levanté y me acerqué a él.
Los dos nos fundimos durante un breve momento en un profundo y emocionado abrazo, al menos por mi parte.