Unido y Separado

 

UNIDO Y SEPARADO

La separación no tiene por qué ser dolorosa ni mucho menos. ¿Cómo se produce? ¿Quién toma la decisión? Esa sí es una muy buena cuestión y aquí entramos otra vez en los terrenos de la Filosofía. ¿Qué rige los mecanismos del Universo? ¿Hay alguna inteligencia ahí, o es todo mecánica fría, leyes impersonales no decididas por nadie, sino por el azar mismo? 

Si pudiéramos contestar a esas preguntas podríamos responder también a la cuestión de quién o cómo decide la separación. Y si tuviera que responderse aún sin conocer la respuesta, podría aventurarse que se dan las dos posibilidades a la vez. Hay una inteligencia ahí, más allá de todo lo que somos capaces de ver, pero es una inteligencia fría, impersonal, carente de juicio, de propósito, de amor, de empatía. No hay espíritu; hay leyes inexorables, unas conocidas, otras no tanto. La separación la decide una de esas leyes. El amor es sólo otra de esas leyes, la gravedad, las atracciones y repulsiones. Nosotros no hacemos otra cosa sino obedecer leyes inexorables, a cada instante, a cada paso. Las cosas no pasan por casualidad, sino por causalidad. Pero todo está tan maravillosamente enlazado, realimentado, sincronizado, todo es tan maravilloso y tan bello, tan infinito y tan eterno, tan perfecto en su totalidad, que tenemos que deducir que hay ahí una inteligencia superior que nos abruma, y quizás ya, en pleno arrobamiento extático, nos arrodillamos y acabamos dotando a esa inteligencia superior de atributos que en realidad no tiene. Vivimos en el misterio sólo porque no conocemos esas leyes, y unos el misterio lo vivimos de una forma y otros de otra. Pero todas son simples visiones.

Sin embargo, la cuestión de la separación subjetiva merece por sí misma ser analizada desde otra perspectiva. Aquí entroncamos con el misterio del observador y lo observado. ¿Cómo podría observarse sin alguna distancia, sea esta física o psicológica, entre el observador y lo observado? Si esa distancia no existiera habría que aplicarse a cualquier cosa, o, mejor dicho, a todo absolutamente, y entonces, ¿quién observaría qué? Si el observador está contenido en lo observado, todo sería indistinto, todo igual, todo uno y sólo uno, una mescolanza completamente homogénea y uniforme. ¿Quién observaría qué en esas condiciones? ¿qué sentido tendría observarse a sí mismo si no va poder observar nada indistinto? ¿cómo calibraría? ¿qué se aprendería de esa observación de la nada? La observación sólo tiene sentido cuando el observador consigue aislar y separar al objeto observado, es cuando se le puede distinguir y estudiar. No tiene sentido de otra forma.

Pero además la separación existe no porque el hombre haya descendido voluntariamente de nivel, como algunos podrían decir, sino porque ha sido creado indistinto, lo cual parece una condición necesaria de la vida. No habría vida, ni conciencia ni percepción si no hubiera alguna separación entre el Ser minúsculo y el Todo del que forma parte, a pesar que el Ser proviene del Todo, y a pesar de que el objetivo o la finalidad del Ser es volver el Todo, integrarse en él, y desaparecer como unidad separada. 

Pero cuando ya no haya separación, el Ser muere, todo lo que lo forma y le da unidad, propósito y conciencia propia desaparece diluyéndose en lo infinito. Nosotros lo que vemos y de lo que nos damos cuenta es que el Ser muere y desaparece, su cuerpo y su alma comienzan a desintegrarse, y a ese Ser en concreto ya no lo volvemos a ver nunca más. ¿Dónde estarían todos los que se han ido? Porque, como decían los chinos antiguos: “Nunca sucede exactamente igual”

En realidad, no podemos hablar honestamente desde la unión completa y total con el Todo. Eso es una presunción y una arrogancia completamente ignorante o, en el peor de los casos, manipuladora y muy propia de algunos místicos y filósofos y gurús espirituales. Nietzsche decía que "los poetas mienten demasiado", pero no sólo los poetas, sino todos nosotros.

Por otro lado, cuando uno observa sus propios pensamientos se produce un fenómeno muy importante que se llama conciencia de sí, o en general conciencia a secas. Los pensamientos son una parte del Ser, pero no son todo el Ser mismo, del mismo modo que nosotros somos una parte del Todo, pero no todo el Todo. El Ser observa una parte de sí mismo, eso es la conciencia de sí. No podríamos tener esa conciencia de sí tan aguda que nos diferencia de todos los seres vivos si nuestra totalidad no pudiera observar a una de sus partes, aislándola durante un momento.

Es lo que sospechamos que hace el Todo con cada uno de nosotros, observarnos de vez en cuando, para que ese mismo Todo tenga a su vez conciencia de sí. Lo sospechamos por extrapolación, pero no tenemos ninguna prueba ni podríamos tenerla. El Todo, por propia definición, está fuera de nuestro alcance, para nosotros se encuentra en realidad en lo que no se puede conocer. Sólo conoceremos siempre una parte, como en el caso del cuento del elefante donde diversas criaturas diminutas alcanzan a ver su trompa o sus orejas o su lomo, pero no al elefante mismo.

Sin embargo, aunque no veamos como es arriba, sí podemos ver como es abajo, y lo que vemos es que podemos examinarnos a nosotros mismos por partes, ora nuestros pensamientos, nuestros sentimientos, nuestro cuerpo o nuestras proyecciones. Esa observación interna, repito, es lo que produce la conciencia de sí. Pero insisto, la separación, el aislamiento, el desnate de la cosa observada, es condición necesaria para esa observación. Y no habría vida ni conciencia de sí si no existe esa separación. No es que te unas con el Todo cuando te mueres, sino que mueres cuando ya no hay separación entre tú y el Todo. Hay una sutil diferencia en esos dos postulados.

La separación es la causa de por qué se perciben las dualidades. Estamos abajo, donde están todas las cosas separadas, pero si estuviéramos arriba veríamos la unión de todas ellas, o no veríamos nada.