ONTOLOGIA

 

ONTOLOGÍA DEL MAL

Mucha gente en el mundo sabemos qué es el mal, pero no sabemos bien cuál es su origen, su ontología, y la mayoría de las veces sufrimos lo incomprensible que resulta su existencia.

Intentemos ir al verdadero origen del mal, de donde supuestamente emanan todos los pequeños males que conocemos en nuestras vidas cotidianas. Busquemos la causa primera del mal.
 
Es sabido que el mal sólo existe y se percibe como tal entre los seres humanos. Los animales no conciben el mal como categoría moral, aunque ninguno está libre del sufrimiento, pero actúan siempre según sus instintos primarios de supervivencia y no conocen la culpa.
 
Por otro lado, puede decirse que cada ser vivo es algo más aparte de lo material y visible que podemos percibir. Hay algo espiritual, etéreo, abstracto, insustancial, que no podemos aprehender con las manos, pero que sabemos que debe estar ahí porque existen fenómenos que no se explican si no es por esas fuerzas invisibles que intervienen en todo. El amor, por ejemplo, es una de esas fuerzas invisibles que no se explican solamente con la existencia de lo material y visible. 
 
Junto a nuestro cuerpo físico, poseemos en algún lado inconcreto de nuestro ser una psique, un espíritu, un alma, un cuerpo energético inmaterial que está indisolublemente unido con el cuerpo material y con el que se produce una mutua interacción de manera constante y permanente. 
 
Los seres vivos existimos en una gran variedad de formas físicas y energéticas, incluso en una misma especie. Por ejemplo, entre los seres humanos existimos feos y atractivos, fuertes o débiles, altos y bajos, rubios y morenos, flacos y obesos, etc; y de la misma manera que existimos en una gran variedad intrínseca en lo material, la energía interna de que estamos dotados es también distinta en su intensidad, en su amplitud y en su frecuencia para cada uno de nosotros. 
 
La clave importante de todo esto es que, mientras lo físico permanece de alguna manera inmutable, acotado entre ciertas leyes reconocibles, lo energético en cambio viene y va de maneras más sutiles e impredecibles. Le energía es mucho más fluida, está siempre sujeta al movimiento y al intercambio; puede aumentar o disminuir, puede donarse, puede robarse, puede acumularse. Uno podría conseguir aumentar la energía interna que lo anima, y ello redundará siempre en un incremento de bienestar interno, de una mayor felicidad, de una mayor capacidad para lograr cosas, de una mejor salud. Existe un instinto primario muy desarrollado en el hombre que consiste en querer ampliar y acrecentar la energía interna, en querer aumentar el bienestar, la salud, el poder, a menudo incluso más allá de la moral y de las convenciones sociales.
 
El mal, en fin, es el efecto de las carencias energéticas del mundo, de la densidad no homogénea de la energía en el mundo. Es una consecuencia de la falta de entropía del universo. Mientras haya seres con más energía y seres con menos energía, existirán el bien y el mal, la lucha, la interacción, el intercambio energético, el vampirismo que también se da en muchos casos, donde la energía atrae y succiona a la energía ajena. O el amor, que es el más sublime de todos los intercambios de energía y por ello mismo también fuente de bien y mal inagotables. 
 
No hacen falta conciencia y conocimiento para la existencia del mal porque el mal no existe como concepto moral, sino que es un simple movimiento de la energía, donde en unos sitios aumenta y en otros disminuye. Es una ley universal que se estudia en Física y se da incluso en estructuras impersonales y sin conciencia, como el contacto del agua fría y caliente, por ejemplo. Si se ve al bien o al mal sólo como categoría moral quizás es porque todavía queda recorrido para comprender su verdadera naturaleza fría e impersonal.
 
Luego, derivado de esta ley universal que es la causa ontológica del mal, vemos los males odiosos que pueblan el mundo entero, haciendo que nos sintamos impotentes para evitarlos porque estamos inmersos en ellos, causándolos o sufriéndolos. Existe tanto mal de ese tipo que uno siente la verdadera tentación de replicar mal con mal. 
 
Pero así es como continúa reproduciéndose, hasta que se alcance el equilibrio en la temida y deseada entropía final del universo.